Estaban dando vueltas
y su mirada se enfocaba
en su rostro.
Sus ojos, su nariz y su boca,
que sonreía y descubría
sus dientes
blancos y limpios.
Ese giro
que pareció eterno,
de sueño,
de jugueteo
de manos
y tirones
que terminó en un solo
movimiento
y en una explosión
de risas.
El fondo se desenfocó
como si estuviesen girando
a mucha velocidad.
Su cara se hizo
mucho más nítida.
Su piel
más tostada.
Su mirada
más cálida.
Y su risa,
más aguda,
hizo que su cuerpo fuera
más chico
y sus brazos
más grandes.
Él
la atrajo.
Puso sus labios
a un centímetro
de los suyos y
la miró.
Se miraron
fijamente,
y le dijo:
-Pendeja.
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