VEINTE AÑOS

16 de marzo de 2016

Muere en vida. Poesía en lágrimas.

   Estoy lleno de sentimientos. Apenas me reconozco. Estoy leyendo a Agatha Christie cuando de repente suena mi teléfono. Apenas lo escucho. Atiendo. No digo nada. Espero en mi oreja que alguien hable del otro lado. Son tres segundos de silencio y se escucha una voz. Preguntan por mi. En un tono suave de mujer. Contesto que yo hablo. La voz se presenta como Loria. Loria suena convincente. Tiene cierta información sobre mi. Se interesa sobre mi. Sobre lo que hago. Escribir. Recuerdo mis escritos que tengo a disposición publica en internet. Todo el mundo los puede ver. Pero mi blog no tiene popularidad. Se lo comparto a muy poca gente. Solo a personas de confianza. Los pocos halagos hacia mis historias o hacia mi forma o estilo de escribir no me motivan lo suficiente como para tomarme el acto de escribir más seriamente. No tengo presión alguna para escribir. No sé hacia donde voy.
   Pienso en esto mientras Loria me sigue hablando al oído. Quiere verme en persona. No quiere contarme mucho por teléfono para no generarme falsas expectativas. Le digo que está bien y organizamos el encuentro en un bar para el día siguiente.


*  

   Me siento muy cerca de Loria. Dejo de pensar en lo que me está diciendo, aunque sea importante, y entonces me enfoco en sus ojos. Las hojas con mis cuentos desaparecen de la mesa donde reposan. Me concentro en sus cejas, en su nariz, y desaparecen la mesa y la lampara que cuelga del techo. Quedamos a oscuras y me cuesta mirar su boca. tengo que esforzar la vista para poder ver en detalle. Las sillas desaparecen. Incluso las que usamos nosotros para sentarnos. Quedamos en un equilibrio en el aire y lentamente cruzamos nuestras piernas. Sentados de forma india, levitando en el aire a oscuras, miro su pelo y el suelo desaparece. Después su cuello y el techo se esfuma. Su pecho y las paredes ya no existen más. Sus hombros, el entorno. Su abdomen, el cielo. Sus piernas, la tierra. 
   Estamos solos. Toda mi atención se centra en ella y vuelvo hacia sus ojos. Los penetro. Miro su alma. La siento. Entonces desaparece la existencia. No estamos más físicamente. No hay nada. Pero seguimos ahí. Soy una nube de sentimientos. De sensaciones. Y me encuentro con su nube. Flotando en la nada, no nos podemos tocar. No puedo saber si ella existe. Su alma que no puedo ver, pero sé que está ahí, al frente mio, y la siento. La siento rara. Pero cuando la siento, el sentir desaparece. Y entonces parece que estoy muerto. 



  Estoy esperando un mensaje que nunca va a llegar. Emilia no me escribe y yo no le escribo. En este presente nunca nos vemos.
   Emilia camina. Yo camino. Emilia viaja en colectivo. Yo también. Emilia lee. Yo escribo. Emilia cierra un libro. Yo dejo mi lapicera. Emilia se cansa. Yo me quedo sin ideas. Emilia llora y yo entro en un bloqueo de escritor. Emilia cierra sus ojos y ve todo negro. Yo abro mis ojos y veo una pagina toda en blanco. Enorme. Emilia agarra su teléfono. Yo agarro el mio. Emilia me escribe y mi teléfono suena. Emilia duda, mi corazón bombea como las primeras veces.
   Emilia y yo nos vemos. Emilia y yo nos queremos en este presente. Por lo menos en este día. Por lo menos en mi cabeza. Emilia ríe. Se ríe un montón. Yo soy yo, no quiero ser otra persona. Emilia es, en ese momento, ella y nadie más. Y no sé si me quiere o no, pero eso no importa mucho. Que esto siga en pie y no se caiga nunca.
 
   Emilia es llanto y me cuenta por qué. Las gotas rebalsan y caen en mis hojas vacías. No hay tinta que se corra. Todo se humedece. No se puede escribir arriba del papel mojado. Cuando se secan, se arrugan. Se arruga y guardo el papel con las lagrimas de Emilia. Tengo su llanto y meto mi mano en mi bolsillo y lo saco. Lo desdoblo. Emilia me saca el papel de las manos y lo mira detenidamente. Se ríe. Me mira y yo le digo que también soy un maricón. Saco un puñado de hojas marchitas de mi bolsillo. En esas hojas arrugadas donde lloré y escribí poesía que nunca me gustó y sin embargo la escribí igual. Emilia me roba algunas y los lee rápidamente. Uno le gusta y se lo guarda.


*  

   Estoy muerto y renazco. Todo renace. Sentado nuevamente en la silla del bar, Loria me dice que mis cuentos tienen la posibilidad de venderse. Que mi estilo de escritura atrae y cae bien al publico de su editorial. Que necesito más publicidad. Loria me ofrece publicar. Su editorial es pequeña y de autores locales pero bastante reconocida en el medio. Me explica todo. La estrategia de venta, la promoción de mi libro, mis ganancias, etc. Y yo comienzo a delirar. Comienzo a pensar en la grandeza de mis primeros pasos como escritor. Comienzo a imaginar futuros inciertos y todo eso me motiva a seguir. Loria me deja tiempo para que lo piense y se despide de mi diciéndome que puedo ser el nuevo Bukowski. La copia de la copia. Pero quiero ser yo y me quedo solo y me saco los lentes. Los dejo sobre la mesa, donde estaban mis cuentos impresos que se acaba de llevar Loria. Pienso en ella y saco mi teléfono celular y busco su contacto y veo su foto de perfil. 
   Hace mucho tiempo que dejé de dudar.  

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