Llegamos y nos pusimos a hacer sociales. Yo estaba con Clara
y de repente le dije que tenía que ir al baño. Ella ya conocía esto de mí, así
que no dijo nada y siguió la charla con alguien más del grupo. Me aventuré en
busca del baño. La casa estaba abarrotada de gente. Me acerqué a una pareja y
les pregunté si sabían en dónde quedaba, pero no sabían. Me crucé con alguien
más y volví a preguntar. Me lo indicaron y seguí camino. Crucé un pasillo y me
metí en la primera puerta a la izquierda sin siquiera tocar. No había nadie
adentro. Cerré y me puse a orinar.
Me puse a pensar en
Clara y en todo lo que estaba pasando. Me parecía increíble. La vida que yo
siempre había soñado, ahora mismo la estaba viviendo. Haciéndola realidad.
Convivíamos juntos en un departamento céntrico, pero tranquilo. Yo me dedicaba
a hacer lo que me gustaba y ella también. Podíamos ser independientes y
sobrevivir. La vida nos lo permitía. Tenía a Clara a mi lado todas las mañanas
al despertarme, y lo apreciaba. Ella se estaba convirtiendo en lo mejor que me
había pasado en la vida. Pero los pensamientos turbios no tardaron en llegar,
cuando todo parecía ser felicidad absoluta. Creí llegar al momento de la
relación en la que asimilaba esas pequeñas cosas que en un principio me molestaban
un poco, y que, ahora, cada vez me iban molestando más. Esas cosas mínimas del
día a día que uno va descubriendo solo cuando pasa mucho tiempo con una
persona. Pero estaba exagerando. Quería a Clara. Y ya el simple hecho de
quererla, por la forma en que nos conocimos, nos conectamos y el estilo de vida
que llevábamos, iba por encima de todas esas pequeñeces que podían molestarme.
Tiré la cadena, me
dí vuelta y me miré al espejo. Me sentía atractivo. Me gustaba mirarme al
espejo junto a Clara. Me encantaba la pareja que hacíamos. Todo el mundo nos lo
decía. Parecíamos de película. Pero miré mis ojos y miré los ojos de Clara, en
su reflejo imaginario, y comencé a pensar de nuevo. Yo no sentía la
satisfacción y excitación de las primeras veces en la que yo salía con ella. De
a poco todo se estaba cayendo y adentrándose en una monotonía horrible. Todo se
empezaba a ver simple y común a mis ojos, y sospechaba que también a los ojos de
ella. No había más sorpresas ni misterios entre nosotros porque ya nos
conocíamos totalmente. Cada reacción, cada forma de pensar a cada situación,
cada centímetro de nuestros cuerpos. Yo le temía a la rutina constante. Temía
el tener que tomarme el trabajo de mantener todo a flote. Y que, entonces, todo
deje de ser natural. De que, cuando se vuelva cansador hasta el hartazgo,
explotar y abandonar todo.
Pero, había algo
más. Yo amaba a Clara.
Había asumido mi
amor por ella el día en que comenzamos a hablar sobre irnos a vivir juntos.
¿Acaso amarla no bastaba para anular todos esos pensamientos negativos? Pensé,
entonces, en que tal vez desconocía lo que era sentir verdadero amor sobre
todas las cosas por una persona. Estaba confundido. Si yo estaba perdidamente
enamorado de Clara, no debería haber ni un mínimo lugar para pensar en esto que
pensaba. De repente me encontraba volviendo a la promiscuidad. A lo vacío de
las múltiples relaciones. ¿Lo podría aguantar? Inmediatamente sentí la
sensación de que no me gustaba para nada estar acompañado por el resto de mi
vida de una sola y misma persona. Pero tampoco la idea de estarlo con muchas y
distintas. Entonces, ¿estarlo sólo? Algo imposible en mí. Ya sabía lo que era
todo. No quedaba ninguna incógnita en este ámbito de mi vida. Y eso era
terrible.
Llegado a este punto,
saqué mi teléfono y traté de sacarme una foto en el espejo. Pero abrí la puerta
del baño y salí de ahí adentro desmotivado. Enojado. Miraba a las personas y me
asqueaban. La música me parecía horrible. Volví con Clara y la encontré
hablando con un hombre. Era alto y atractivo. Tenía una linda sonrisa. La
miraba con ojos penetrantes. Ojos sexuales. De repente me agarraron unos celos
incontrolables. Algo que era muy poco común en mí. Me acerqué hacia ellos y
tomé a Clara del brazo. La hice girar hacía mí y la abracé. Le dije al oído que
la amaba y una risa se me entrevero en los labios. Miré al tipo y éste se fue. Clara
se soltó y me miró sorprendida. La estaba privando de su libertad a conocer
otras personas. Los celos, ahora, no eran una demostración de afecto o
importancia, sino algo sumamente egoísta. Dejé a Clara y me acerqué a la mesa
que se usaba como barra. Me serví un trago de algo y me lo tomé todo. Comenzaba
a desconocerme, pero, en ese mismo momento, no podía darme cuenta. Todo se
estaba por echar a perder.
Clara no tomaba
alcohol. Yo me emborraché y me largué a pelear con alguien que había dicho algo
sobre Bukowski y justo alcancé a escucharlo. Fuera de mí, y antes de tirar el
primer golpe, cité una frase del mismo Bukowski que decía: “¿Cómo puedes decir que amas a una persona cuando hay diez mil personas
en el mundo a las que amarías más si llegases a conocerlas?” Entonces el
tipo me contestó: “Pero nunca las
conoceremos.” Y estaba perfecto. Le metí un puñetazo en el medio de la
cara. Estábamos en el patio, al lado de la piscina. Él contestó con lo suyo y yo
caí al agua. Ahí terminó la cosa.
No sé en qué estado estaba mi cara, pero
alguien me sacó a rastras y me acostó en una reposera. Cuando recuperé un poco
la compostura, noté que tenía una mujer sentada al lado mío. Tenía el pelo
oscuro y sus ojos eran de un marrón bonito. Su rostro de preocupación sobre mi
hizo que acapara mi atención y entonces me fui hundiendo en una conversación
bastante agradable con ella. Olvidé preguntarle su nombre, pero en ese momento
no importaba, y tampoco iba a importarlo después. No sabía en donde estaba
Clara, pero no estaba pensando en ella en ese momento. Es más, la había
olvidado completamente. Estaba en otro sitio. En otro universo. En un segundo
de silencio, cerré apenas los ojos, y me invadió un cansancio increíble. Un
sueño profundo se vino ante mí y me quedé completamente dormido.
Cuando me desperté,
un rayo de sol atravesaba mi ojo izquierdo. Me levanté perezosamente de la
reposera con un fuerte dolor de espalda por haber dormido ahí. Ya había
aclarado lo suficiente como para notar que no había nadie alrededor. Todo eran
residuos de la fiesta de la noche pasada. Caminé dando algunas vueltas, pateando
vasos descartables tirados por el suelo, pero no encontré a ninguna persona. Volví
al patio, salté la verja y me fui caminando a mi casa.
Cuando llegué, revisé todas las habitaciones, pero Clara se había ido.
"(...)saqué mi teléfono y traté de sacarme una foto en el espejo". Escupí todo.
ResponderEliminarJusto para vos.
EliminarClara se había ido a este casino.
ResponderEliminar