VEINTE AÑOS

23 de octubre de 2016

Clara se había ido.

   Llegamos y nos pusimos a hacer sociales. Yo estaba con Clara y de repente le dije que tenía que ir al baño. Ella ya conocía esto de mí, así que no dijo nada y siguió la charla con alguien más del grupo. Me aventuré en busca del baño. La casa estaba abarrotada de gente. Me acerqué a una pareja y les pregunté si sabían en dónde quedaba, pero no sabían. Me crucé con alguien más y volví a preguntar. Me lo indicaron y seguí camino. Crucé un pasillo y me metí en la primera puerta a la izquierda sin siquiera tocar. No había nadie adentro. Cerré y me puse a orinar.
   
   Me puse a pensar en Clara y en todo lo que estaba pasando. Me parecía increíble. La vida que yo siempre había soñado, ahora mismo la estaba viviendo. Haciéndola realidad. Convivíamos juntos en un departamento céntrico, pero tranquilo. Yo me dedicaba a hacer lo que me gustaba y ella también. Podíamos ser independientes y sobrevivir. La vida nos lo permitía. Tenía a Clara a mi lado todas las mañanas al despertarme, y lo apreciaba. Ella se estaba convirtiendo en lo mejor que me había pasado en la vida. Pero los pensamientos turbios no tardaron en llegar, cuando todo parecía ser felicidad absoluta. Creí llegar al momento de la relación en la que asimilaba esas pequeñas cosas que en un principio me molestaban un poco, y que, ahora, cada vez me iban molestando más. Esas cosas mínimas del día a día que uno va descubriendo solo cuando pasa mucho tiempo con una persona. Pero estaba exagerando. Quería a Clara. Y ya el simple hecho de quererla, por la forma en que nos conocimos, nos conectamos y el estilo de vida que llevábamos, iba por encima de todas esas pequeñeces que podían molestarme.
   
   Tiré la cadena, me dí vuelta y me miré al espejo. Me sentía atractivo. Me gustaba mirarme al espejo junto a Clara. Me encantaba la pareja que hacíamos. Todo el mundo nos lo decía. Parecíamos de película. Pero miré mis ojos y miré los ojos de Clara, en su reflejo imaginario, y comencé a pensar de nuevo. Yo no sentía la satisfacción y excitación de las primeras veces en la que yo salía con ella. De a poco todo se estaba cayendo y adentrándose en una monotonía horrible. Todo se empezaba a ver simple y común a mis ojos, y sospechaba que también a los ojos de ella. No había más sorpresas ni misterios entre nosotros porque ya nos conocíamos totalmente. Cada reacción, cada forma de pensar a cada situación, cada centímetro de nuestros cuerpos. Yo le temía a la rutina constante. Temía el tener que tomarme el trabajo de mantener todo a flote. Y que, entonces, todo deje de ser natural. De que, cuando se vuelva cansador hasta el hartazgo, explotar y abandonar todo.
   
   Pero, había algo más. Yo amaba a Clara.
   
   Había asumido mi amor por ella el día en que comenzamos a hablar sobre irnos a vivir juntos. ¿Acaso amarla no bastaba para anular todos esos pensamientos negativos? Pensé, entonces, en que tal vez desconocía lo que era sentir verdadero amor sobre todas las cosas por una persona. Estaba confundido. Si yo estaba perdidamente enamorado de Clara, no debería haber ni un mínimo lugar para pensar en esto que pensaba. De repente me encontraba volviendo a la promiscuidad. A lo vacío de las múltiples relaciones. ¿Lo podría aguantar? Inmediatamente sentí la sensación de que no me gustaba para nada estar acompañado por el resto de mi vida de una sola y misma persona. Pero tampoco la idea de estarlo con muchas y distintas. Entonces, ¿estarlo sólo? Algo imposible en mí. Ya sabía lo que era todo. No quedaba ninguna incógnita en este ámbito de mi vida. Y eso era terrible.
   
   Llegado a este punto, saqué mi teléfono y traté de sacarme una foto en el espejo. Pero abrí la puerta del baño y salí de ahí adentro desmotivado. Enojado. Miraba a las personas y me asqueaban. La música me parecía horrible. Volví con Clara y la encontré hablando con un hombre. Era alto y atractivo. Tenía una linda sonrisa. La miraba con ojos penetrantes. Ojos sexuales. De repente me agarraron unos celos incontrolables. Algo que era muy poco común en mí. Me acerqué hacia ellos y tomé a Clara del brazo. La hice girar hacía mí y la abracé. Le dije al oído que la amaba y una risa se me entrevero en los labios. Miré al tipo y éste se fue. Clara se soltó y me miró sorprendida. La estaba privando de su libertad a conocer otras personas. Los celos, ahora, no eran una demostración de afecto o importancia, sino algo sumamente egoísta. Dejé a Clara y me acerqué a la mesa que se usaba como barra. Me serví un trago de algo y me lo tomé todo. Comenzaba a desconocerme, pero, en ese mismo momento, no podía darme cuenta. Todo se estaba por echar a perder.
   
   Clara no tomaba alcohol. Yo me emborraché y me largué a pelear con alguien que había dicho algo sobre Bukowski y justo alcancé a escucharlo. Fuera de mí, y antes de tirar el primer golpe, cité una frase del mismo Bukowski que decía: “¿Cómo puedes decir que amas a una persona cuando hay diez mil personas en el mundo a las que amarías más si llegases a conocerlas?” Entonces el tipo me contestó: “Pero nunca las conoceremos.” Y estaba perfecto. Le metí un puñetazo en el medio de la cara. Estábamos en el patio, al lado de la piscina. Él contestó con lo suyo y yo caí al agua. Ahí terminó la cosa.
   
   No sé en qué estado estaba mi cara, pero alguien me sacó a rastras y me acostó en una reposera. Cuando recuperé un poco la compostura, noté que tenía una mujer sentada al lado mío. Tenía el pelo oscuro y sus ojos eran de un marrón bonito. Su rostro de preocupación sobre mi hizo que acapara mi atención y entonces me fui hundiendo en una conversación bastante agradable con ella. Olvidé preguntarle su nombre, pero en ese momento no importaba, y tampoco iba a importarlo después. No sabía en donde estaba Clara, pero no estaba pensando en ella en ese momento. Es más, la había olvidado completamente. Estaba en otro sitio. En otro universo. En un segundo de silencio, cerré apenas los ojos, y me invadió un cansancio increíble. Un sueño profundo se vino ante mí y me quedé completamente dormido.
   
   Cuando me desperté, un rayo de sol atravesaba mi ojo izquierdo. Me levanté perezosamente de la reposera con un fuerte dolor de espalda por haber dormido ahí. Ya había aclarado lo suficiente como para notar que no había nadie alrededor. Todo eran residuos de la fiesta de la noche pasada. Caminé dando algunas vueltas, pateando vasos descartables tirados por el suelo, pero no encontré a ninguna persona. Volví al patio, salté la verja y me fui caminando a mi casa.
   
   Cuando llegué, revisé todas las habitaciones, pero Clara se había ido.

3 comentarios:

  1. "(...)saqué mi teléfono y traté de sacarme una foto en el espejo". Escupí todo.

    ResponderEliminar
  2. Clara se había ido a este casino.

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.