VEINTE AÑOS

27 de octubre de 2016

   Tenía que irme dos días a Nueva York y después volver a mi país. Tuve el lujo de pasar la noche en el famoso hotel Elysée. El trabajo lo pagaba todo. Tenía que escribir una nota, traducir algunos párrafos al inglés y luego entregarlo. Después volaría a de vuelta a mi país.
   
   El primer día fue movido, con muchas idas y vueltas. Primero llegar al hotel, esperar el check in, dejar mis cosas en la habitación, salir a la tumultuosa ciudad, entrevistar y finalmente volver a la tranquilidad de mi escritorio para ponerme a trabajar. Ya era entrada la noche y tenía el artículo casi listo. Solo me faltaba una última revisión para asegurarme de que todo estuviera perfecto. Era de hacer el trabajo rápido así que decidí tomarme un descanso. Estaba harto de mi hermosa y amplia habitación. Comencé a ir y venir evitando la cama de dos plazas y media. Las hojas de mi artículo reposaban en el escritorio junto a mi máquina de escribir. Miré el teléfono, que también se encontraba ahí arriba, y lo agarré. Marqué a servicio de la habitación. Increíblemente no atendía nadie. El tono sonaba y sonaba, pero nadie descolgaba. ‘Un hotel de mierda para ser de cuatro estrellas’ pensé, sin justificarme mucho. Me estaba dejando llevar por la incomodidad que sentía en aquel momento. Pensaba en armar un escándalo si yo tuviera que pagar mi estadía acá y que nadie me atendiera cuando llamase al servicio. Estaba en un cuarto piso. Había estipulado una hora exacta para la revisión final de mi artículo y ésta parecía nunca llegar. La habitación de repente comenzó a achicarse, muy de a poco, y empecé a sentirme claustrofóbico. Las paredes, las ventanas, el piso alfombrado, todo parecía haber cambiado de color. Me estaba volviendo loco. Caminé, entonces, hasta la puerta, la abrí y salí de ahí adentro. Me quedé un minuto en el pasillo, parado, porque quería evitar bajar al hall. Pero finalmente me decidí y caminé hasta el ascensor. Lo llamé, apretando el botón rojo, y bajé hasta abajo. Iba traqueteando.
   
   Tennessee Williams apareció cuando faltaba poco menos de media hora para que yo subiera de vuelta a mi habitación, revisara mi artículo y me acostara a dormir. Estaba sentado en uno de los múltiples y comodísimos sillones del hall del hotel. Tenía una copa en la mano y mis ojos clavados en la nada misma. Tennessee salió del ascensor solo, y con un andar tranquilo recorrió el camino hasta la barra. Ahí se sirvió un vaso de no sé qué y se sentó en una de las butacas. Yo lo observaba, más o menos, de perfil. Había algunas personas en el lugar, pero nadie le prestaba atención. Parecían no reconocerlo. Estaba vestido de forma simple, como si hubiera salido de la cama por no poder concebir el sueño, se hubiera puesto lo primero que encontró, y hubiera bajado al hall. Su rostro ya estaba viejo y un poco demacrado. Su barba era más espesa y su pelo más largo y alborotado. Ésta imagen nada lo recordaba a las fotografías suyas de los 60’.
   
   Una mujer bajó por las escaleras y entró al hall. Se dirigió con paso sensual a la barra, allí donde estaba Tennessee. Era sumamente atractiva. Su cabello dorado caía suavemente  rozando apenas sus hombros. Su piel era pálida y contrastaba con sus labios naturalmente rojos. Sus ojos, de un azul intenso, miraban todo de forma penetrante. Tenía puesto un vestido largo, color borravino. Rodeó a Tennessee por detrás y éste la advirtió automáticamente. Mientras se servía una copa, no le sacó los ojos de encima. Yo miraba todo desde mi lugar. La mujer terminó de servirse y antes de que Tennessee pudiera decirle palabra alguna, se dirigió a la zona de los sillones, donde yo me encontraba. La vi venir y se sentó justo al frente mío. Tenía a aquella hermosa mujer a unos escasos dos metros. Miré directamente a sus ojos y ella me devolvió la mirada mientras tomaba un sorbo de su trago. Miré entonces mi reloj y vi que solo habían pasado quince minutos desde que había salido de mi habitación. Olvidé un poco a la mujer que tenía al frente, y volví a clavar mi mirada hacia la nada. Eché un trago a mi bebida y entonces escuché su voz. Me preguntó qué estaba tomando. Desvíe la vista y volví a posar mis ojos en ella. Me miraba fijamente, esperando mi respuesta. Le contesté amablemente que era un espumoso. Vino blanco. Me preguntó de qué cosecha y le dije que no tenía idea. Su voz era suave y contenedora. Se sorprendió un poco con mi respuesta y guardó silencio. Entonces le pregunté su nombre. “María.” Me preguntó que hacía en Nueva York. Le conté vagamente que era periodista, y que estaba acá por trabajo, sólo por dos días. Ella me escuchó atentamente y luego me contó lo suyo. María era actriz. Mañana tenía que presentarse en un casting y estaba nerviosa. No podía conciliar el sueño. Tampoco quería bajar al hall pero me comentó que había llamado a servicio de la habitación y que nadie le había contestado. Le dije sobre el ascensor que traqueteaba y que debían de sacarle una estrella a éste hotel.
   
   Tennessee Williams había girado sobre su butaca y nos observaba atentamente y en silencio. Yo lo miré justo cuando tomo su vaso y se bebió todo lo que le quedaba de un solo trago. Se levantó de su butaca y se encaminó hacia nosotros. Interrumpió nuestra charla con María y nos dijo en tono amable.
   
   -Disculpen, pero no pude evitar escuchar su conversación. Opino lo mismo que ustedes sobre este hotel de porquería. Es un verdadero desastre.
   
   Callando su voz rasposa, Tennessee nos regaló una horrible sonrisa y se sentó en uno de los sillones junto a María. Ella lo miró y le dedico una pequeña sonrisa, luego volvió la vista hacia el frente. La charla renació pero yo guardé silencio. Noté que Tennessee quería seducir a María, así que me levanté con alguna excusa para dejarlos solos y me fui hasta la barra para dejar mi copa vacía. Detrás de mí se levantó María y me siguió. Tennessee no contuvo su sorpresa. María, elegante, hermosa, de piel blanca y mirada profunda, toca mi hombro y me ofrece tomar un trago más junto a ella. Tengo trabajo que hacer pero te voy a salvar del jodido Tennessee. Me quedo un rato más y la charla comienza a fluir naturalmente. Todo se va por distintas ramas y María comienza a gustarme. A gustarme realmente. Me pierdo en sus ojos, en su sonrisa y en sus labios. Todo el mismo sistema de siempre. De repente ella se levanta, se disculpa y se dirige hacia el baño. Me había olvidado de Tennessee cuando aparece y se sienta en la butaca donde estaba sentada María. Tratando de imitar aquel rostro seductor de las fotografías de sus mejores épocas, Tennessee me dice, mientras me mira fijamente, ‘No intentes nada con ella. Es mía.’ Yo no puedo creer lo que estoy escuchando y se produce un silencio hasta que exploto con una carcajada. Él me sigue mirando, pero no se ríe. Me lo está diciendo en serio. Entonces yo le contesto. ‘Perdoname Tennessee, pero llegaste tarde. Ya es mía.’ Ahora sí, esto parece causarle gracia. Me mira de pies a cabeza como si mi estado fuera peor que el suyo, y me dice, con un intento de sonrisa, ‘No te lo creas.’ Saca, entonces, un cigarro de sus bolsillos, como restándole importancia a la situación y pensando que ya tiene la batalla ganada, lo prende y le da una calada. Aspira el humo y cuando lo expulsa, lo tira directamente hacia mi cara. Con un rápido movimiento de mi mano, le arrebato el cigarro, le doy una calada y lo tiro al piso. Con mi pie lo aplasto y le digo ‘¿Quién mierda te creés que sos?’.  ‘Tennessee Williams.’ me dice, y no me podría haber dicho algo peor. Lo agarro por el cuello y forcejeamos un momento. Entonces justo vuelve María del baño y se nos queda mirando. Le gano a Tennessee en fuerza, lo aparto de mí y le meto un derechazo en la mejilla que lo deja tumbado en el piso. Tomándose su rostro, se dá cuenta de la presencia de María y le dice ‘Mirá con quién te estás metiendo, linda. Yo que vos tendría cuid…’
   
   -Cerrá el orto Thomas.
   
   Lo interrumpo, y todavía desde el piso me mira con cierto odio. Se levanta con dificultad y se va caminando hacia el ascensor. Golpea el botón varias veces, pero éste no responde. Finalmente decide irse por las escaleras. Yo agarro mi copa y me la tomo de un solo trago. Consulto mi reloj y veo que me retrasé unos diez minutos de mi tiempo fijado para revisar mi artículo. Cuando recuerdo a María, la busco con la mirada pero no la veo. Desapareció. Entonces me voy y aprieto el botón para llamar el ascensor. Se abre inmediatamente y me meto.
   
   En cuanto a Tennessee Williams, la verdad es que no sé bien que fue de él. Creo que, a la semana siguiente, se atragantó con la tapa de un frasco y se murió.

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