Pasé a buscar a Helena por la casa de Sofía a las 20.30.
Estacioné el auto cerca de la puerta del edificio y saqué mi celular. Antes de
desbloquearlo, lo mantuve en la mano, apoyándolo en mi pierna derecha, y eché
la cabeza hacia atrás. Respiré hondo mientras mi nuca tocaba el suave respaldo
del asiento. Alguien se paró a mirar mi auto. Un destello de flash rebotó en
los vidrios oscuros y el tipo siguió caminando. Desbloqueé mi teléfono y le
escribí a Helena “Ya estoy” . Volví a
bloquearlo y me lo guardé en el bolsillo. A los dos minutos la vi salir. Saqué
el seguro de la puerta y ella entró. Se sentó y nos saludamos. Sus labios
rozaron los míos con desgana. Su pelo parecía estar un poco sucio y se la
notaba cansada. Se sacó sus lentes negros y noté que unas pequeñas ojeras
comenzaban a asomarse por debajo de sus ojos.
-Sigue en crisis.-
Me dijo.
-¿Le contaste lo de
esta noche?
-Sí, pero no
quiere. Ni si quiera yo sé si quiero ir ahora.
-Está bien. Podemos
hacer cualquier otra cosa.
Arranqué el auto,
hice doscientos metros y salimos a la avenida. A unas pocas cuadras un semáforo
nos frenó.
-Me escribió Julián.
Le puedo decir que vamos juntos.- Le dije.
Helena no contestó.
-¿Seguís preocupada
por Sofía?
-Es mi mejor amiga.
Le dije mil veces que lo dejara. Lo hablamos de todas las maneras posibles. Lo
vimos desde todos los puntos de vista. Y no hay manera de que cambie de
opinión.
Sacó un cigarrillo
y lo prendió. Luego murmuró algo para sí.
-¿Qué?- Le
pregunté.
-Que Sofía es una
estúpida.- Bajó un poco la ventanilla.- Hace tres años que está con ese tipo y
yo la conozco a ella desde hace millones. Nunca la había visto así. No lo puedo
creer. ¿Qué tan sumisa puede llegar a ser una persona? ¿Qué tanto se puede
aguantar esa mentira?
-Para vos es fácil
decirlo así. No lo estás viviendo por vos misma. Sofía no es como vos. Sofía es
débil.
Helena suspiró.
-Está bien.- Dijo.-
pero esto no puede seguir así.
Le dije que lo
deje. Que más tarde le escriba y la invite de vuelta. Que capaz cambiaba de
opinión. Llegamos a casa, entramos, Helena dejó sus cosas tiradas y se fue
hasta el baño. Salió en un segundo y me dijo que se iba a bañar. Que después
veíamos qué hacer. Me recosté en el sillón y saqué mi teléfono. Justo entraba
una notificación. Era un mensaje de Felipe: “¿Y?
¿Cómo terminó eso?” Mis dedos se movieron muy lentamente. “No puedo” Le contesté. Su respuesta fue
casi inmediata. Vi como Felipe estaba escribiendo y medio segundo después su mensaje
apareció en la pantalla. “Dale, vos
podés. Esto no puede seguir así…” Dejé
de leer y tiré el teléfono a un costado. Me recliné un poco más en el sillón.
Cerré los ojos y respiré profundamente. Escuché el ruido de la lluvia que
provenía del baño, donde estaba Helena. Escuché los bocinazos de los autos de
un sábado por la noche. El murmullo de la gente. Mi celular no paraba de vibrar
ni un segundo. Entonces abrí los ojos y me senté. Agarré mi teléfono e,
ignorando todos los mensajes, le escribí a Mateo:
“Esta noche vamos.
Esperanos ahí.”
Fui hasta la
habitación y abrí el ropero. Saqué la camisa blanca que más me gustaba, busqué
un saco negro y un corbatín. Saqué un par de zapatos negros y me puse a
lustrarlos. Me quedé en ropa interior y me puse solo la camisa. Me miré al
espejo, dejé que la pasta de zapatos se secara, y fui hasta la cocina. Ahí
agarré una botella de vino, serví dos copas y salí al living. Helena justo abría
la puerta del baño. Me acerqué a ella y le dí una de las copas.
-Le escribí a Mateo.
Vamos a ir. Cambiate.
-¿Con Mateo? ¿Estás
seguro?
-Estoy seguro.
Escribile a Sofía. Decile que la invitamos. No puede decir que no.
-¡Obvio que no! ¡Por
favor! Me voy a cambiar.
Helena tomó un
trago, me devolvió la copa y se fue entusiasmada a la habitación. Yo me tomé la
mía y lo que quedaba de la de ella. En media hora nos estábamos subiendo al
auto.
Apenas llegamos,
una multitud se había congregado en la puerta. Frené y miré a Helena. Se había
puesto el vestido negro que a mí más me gustaba. Cuando estuvo a punto de
bajarse, la llamé.
-Helena.- Toqué su
cara, apartando un mechón de pelo oscuro y lacio que le caía encima de la
mejilla. Se lo acomodé detrás de su oreja. Ella me miró extrañada. Sus labios
pintados de un rojo oscuro se abrieron rápidamente y me preguntaron:
-¿Qué pasa?
Entonces le dije:
-Te amo. Te amo más
que nunca.
Su cara se encendió
como en aquellas primeras veces y una sonrisa sincera dejó ver sus dientes
blancos. Entonces se acercó hacía mí y nos besamos largamente. Nos bajamos del
auto, los dos casi al mismo tiempo, y los gritos de la gente y las luces de las
cámaras nos inundaron completamente.
0 comentarios:
Publicar un comentario